La similitud del discurso de Jorge Rafael Videla y Cristina Kirchner

La similitud del discurso de Jorge Rafael Videla y Cristina Kirchner: Videla dijo: «Pongamos que eran siete mil u ocho mil las personas que debían morir para ganar la guerra contra la subversión; no podíamos fusilarlas. Tampoco podíamos llevarlas ante la Justicia» http://www.lanacion.com.ar/1464774-videla-justifica-en-un-video-el-robo-de-bebes-y-confiesa-una-molestia-por-los-desaparecidos también dijo esto: «No había otra solución. Estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta. Para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera» http://www.lanacion.com.ar/1469060-la-confesion-de-videla Mientras tanto, Cristina Kirchner dijo esto: «Si vamos a truchar, truchemos todos.» http://www.lanacion.com.ar/1499093-si-vamos-a-truchar-truchemos-todos En los dos casos, tanto en el de Videla como en el de CK, el mensaje es: «EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS» Es siniestro que una presidenta constitucional piense así. Pero bueno, con este discurso se puede justificar un golpe de estado.

Nestor Kirchner fue un Don Nadie

Mi teoría que Nestor Kirchner fue un sorete, un don nadie, se basa en que los grandes líderes se aferran a la vida con uñas y dientes. El se entregó en una horita. A los hombres que cito más abajo no puede menos que agregarse a Fidel Castro, otro engrampado con todo su ser a esto que se llama vida.
“Todo el mundo muere de la misma forma, pero para los líderes del mundo, para los señores de los pueblos, la agonía es más lenta y más mortificante. Lo que ocurrió con Franco sucedió también con Mao-Tse-Tung, con Bumedian y con el mariscal Tito, muertos todos ellos poco tiempo después que el Generalísimo español.
Tres años antes de su muerte, Mao confesó al presidente francés George Pompidou: «Estoy completamente acabado. Me encuentro acribillado por las enfermedades». Cuando el Gobierno chino dio la noticia de su muerte el 9 de septiembre de 1976 comenzaron a salir de Pekín los médicos austríacos, alemanes, franceses y norteamericanos que intentaron vanamente detener el curso de la vida. (SIC)
En el caso del presidente argelino Houari Bumedian, la agonía se prolongó durante seis meses largos. Fue atacado por una enfermedad en la sangre conocida con el nombre de Waldenstrom. Cuando sintió los primeros síntomas de la dolencia acudió a Moscú. Los mejores especialistas rusos exploraron el cuerpo de Bumedian, con resultado negativo. El presidente argelino regresó de Moscú en estado preagónico y permaneció treinta y siete días en coma. Fue perdiendo paulatinamente el pelo, después la voz, luego la vida. A la capital de Argelia llegaron equipos médicos de Francia, de Estados Unidos, de Alemania. Los alemanes acudieron a Argel con los últimos y más sofisticados aparatos disponibles para combatir el cáncer. Como la enfermedad progresaba en el cuerpo de aquel héroe caído. China quiso realizar un último intento enviando a los mismos médicos que no pudieron evitar la muerte de Mao. Todo para nada. Bumedian murió el 27 de diciembre de 1978 a los 85 años. El dirigente revolucionario que ganó la batalla a los ejércitos franceses la perdió ante el designio infalible de Dios: «Está establecido al hombre que muera… y no valen armas en tal guerra».
La agonía del mariscal yugoslavo Josip Broz Tito superó a la padecida por Franco. A Tito le mandaron médicos norteamericanos que prolongaron su vida durante cuatro meses. Cuatro meses de angustia, de padecimientos, de luchas al pie de la cama donde yacía incapacitado el héroe de Yugoslavia. Fue una lucha espectacular, que tuvo a las cancillerías políticas de todo el mundo pendientes de Belgrado. Ni Oriente ni Occidente, por razones políticas, querían que Tito muriera. En Yugoslavia decían que era insustituible. Pero los cementerios, como afirmaba Clemenceau, están llenos de gente insustituible. Esta pasada primavera Tito dijo adiós a su pueblo. Se fue, como los muertos de Jardiel Poncela, dócil y muy estirado.
Franco, Mao, Bumedian, Tito. Cuatro figuras recientes que tuvieron muchas cosas en común. Cuatro conductores del mundo actual; cuatro dictadores que impusieron su voluntad y sus caprichos a millones de seres. Cuatro hombres que movilizaron, ellos solos, más equipos médicos que los que se destinan a prevenir enfermedades en países enteros del tercer mundo. Cuatro monstruos políticos que, sabiendo tantas cosas, olvidaron la marca de Caín que cada cual lleva grabada en el alma. Ellos, que mandaron tanto y tanto exigieron e impusieron, no fueron capaces de ordenar que se les dejara morir tranquilamente, de forma natural, sin esos espectaculares desfiles de eminencias médicas que amargaron sus últimos días en una mezquina prolongación de tiempo.
Y todos padecieron el mismo miedo a la muerte. Todos se resistieron tenazmente a dejar la vida. Mao, que era ateo, que no creía en el más allá, luchó hasta sus últimos minutos por permanecer en el más acá: Bumedian, educado en la más estricta disciplina coránica, creyente hasta el fanatismo en los principios del Islam, no tenía deseo alguno de ir al paraíso mahometano, donde le esperaban bellas mujeres de ojos rasgados que se bañan en ríos de leche; Tito, agnóstico, luchando toda su vida entre la fe y la duda, entre la negación y la esperanza, tampoco quería dejar el suelo de su Yugoslavia reconstruida. Prefería la seguridad de la vida a la incertidumbre de la tumba. Y Franco, católico a machamartillo, supuesto defensor de la cristiandad, paseando bajo palio por todas las catedrales de España, pedía al médico por piedad que no le dejara solo en aquel trance, que no le abandonara.
¿Qué diferencia hubo a la hora de morir entre un Mao ateo y un Franco catoliquísimo? Si el español lo esperaba todo de Dios, ¿a qué tanto resistirse a la hora del salto final?”
Fragmento de OBRAS COMPLETAS
DE JUAN ANTONIO MONROY